Nos pasamos la vida esperando. Esperando que pase la tormenta; esperando que una situación mejore; esperando que una persona cambie; esperando la oportunidad de tu vida; esperando a la musa de la inspiración… Esperando un autobús; el estreno de una película; un momento para tener un momento… Uno espera con paciencia a que su hijo se ate los cordones, (porque está aprendiendo a hacerlo) aunque uno tenga prisa; la mujer de uno le dice a uno que siempre le tiene que esperar… y uno espera que ella le espere siempre.

A veces esperamos que el otro nos de la respuesta que nos gustaría escuchar, o el gesto que nosotros tendríamos con él…

Uno espera puntos de inflexión. Pequeños momentos dibujados en algún horizonte imaginario, un gran cambio. Esos futuribles. Esos “qué pasaría si…“Esas esperas no siempre esperanzadas. Esas esperas ansiosas. Esas esperas…

La embarazada está esperando. El informático se doctoró en espera. El aspirante a… se muerde las uñas esperando. El preso sabe de esto. El padre que espera al niño al salir del cole. El novio espera a la novia en el altar. El acompañante en la sala de espera. El que espera que le atienda alguien detrás de esa ventanilla.

Esperamos que la vida nos devuelva lo que le damos… realmente esperando que nos de algo más si puede ser.

Esperamos encontrar una señal, una flecha, una pista, … Esperamos gustar. Esperamos que nos lo digan. Esperamos un reconocimiento al valor, al compromiso, al trabajo, al talento, … o aunque sea, a la misma espera.

Y esperando a uno se le escapa la vida esperando.

Pero la publicidad y la comunicación están claramente en contra de estas esperas. Nos piden dejar de esperar. Nos bombardean con eslóganes sugerentes… “¿harto de esperar?” “¡no esperes más!” “¿a qué estás esperando?” y por eso que se habla hoy en día tanto de las generaciones de la inmediatez, del ya, del aquí y ahora, del esto ya no me vale, (aunque lo compré antes de ayer) de la web que tarda en cargar y de los datos móviles… lo veo en alumnos de todas las edades: “Lo que quiero, lo quiero ya… y me frustra y enfada si no es así”.

Y no está bien esperar siempre sin hacer nada. No, eso lo sabemos todos. Pero no es tan malo aprender a esperar.

¿Qué pasaría si dejamos de esperar? Si dejamos de desear, soñar, confiar, … si dejamos de tener fe en la mirada del otro o si nos marchamos cada vez que se nos pide más tiempo del esperado. Si no esperamos que el mundo cambie, si no esperamos cambios en nosotros,… si desahuciamos a la paciencia.

¿Qué pasaría si decidimos dejar de esperar? Nadie dijo que esperar sea obligatoriamente quedarse de brazos cruzados.

¿Qué pasaría si en vez de preguntarnos “¿a qué esperas?” nos preguntásemos “¿qué esperas?”

Porque cambia considerablemente su significado, y da paz. Al menos a mí.

Hoy he decidido poner nombre a cada una de mis esperas… para salpimentar y serenar las veces que uno espera sentado o las veces que la espera no depende de uno. Porque creo que no puedo proponerme dejar de esperar, del destino, de la vida, de los demás… de mí mismo (espero) …

Porque esperar no siempre significa lo mismo. Y ayuda usar el verbo adecuado:

Los que esperan con seguridad usan el verbo PERMANECER.

Los que esperan con fe usan el verbo CONFIAR.

Los que esperan sin darse por vencidos usan el verbo PERSEVERAR o PERSISTIR.

Los que esperan sin condiciones, usan el verbo QUEDARSE.

Los que esperan imaginando, usan el verbo SOÑAR o DESEAR.

Los que esperan bien, usan la palabra ILUSIÓN.

 

Y yo… espero aprender a esperar, sin esperar nada…

Sin espera no hay esperanza.

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